16 de diciembre de 2008

LAS NARANJAS


las naranjas

La música le pertenece a quien la consuma y no solo a quien la crea. En el folclor, ese es el sacramento de nuestra fe, aunque la afirmación no es privativa en absoluto de las obras de música popular y de música docta. Sin querer ponerme posmoderno, cada versión reinventa la obra, de manera tal que nunca se alcanza una versión definitiva de ninguna.


En el folclor no se sabe el autor individual. O prefiere no saberse. Entre el romanticismo y el sentimiento común de pertenencia de los bienes culturales, las piezas folclóricas simplemente están, aparecieron un día, y metafóricamente se dice entonces que las creó el pueblo, lo que es una manera de decir que tanta gente las versionó que ya se perdió la huella de una versión primera y de un autor fehaciente.


A la mar fui por naranjas o Las naranjas es tanto una canción popular asturiana como una tonada del campo chileno o una copla de carnaval de Jujuy y Salta. Sin saber su autor, no podría decirse en ningún caso de que se trata de una canción asturiana recopilada en distintas partes de América, porque indudablemente las versiones americanas ya tienen su fisonomía propia, su estampa: la línea melódica, sea cual sea, es mestiza, la instrumentación es campesina, los énfasis son nuestros.

Parece haber, por cierto, toda una tradición peninsular en torno a los versos de las naranjas maduras, pero es muy notorio cómo en todas las versiones europeas el centro está en el mar como metáfora del amor y de la incertidumbre vital, más que en las naranjas mismas. Las versiones peninsulares tienen, además, un indudable aire morisco, tal como se puede oir en las versiones de cantantes español@s actuales o de Walsh y Valladares. La versión en gaita nos recuerda el hervidero de culturas que siempre ha sido lo que llamamos España. Y quizás no haya nada más asturiano que una gaita (ahí soy un ignorante absoluto) y la línea morisca de canto más bien sea propio de versiones más sureñas... Durante el siglo XX, de hecho, esos versos fueron recuperados por el poeta canario Pedro García Cabrera, decidido antifranquista que, claro está, debía creer mucho en eso de que "metí las manos al agua / las esperanzas mantiene".

En América, versiones musicales solo he encontrado de fuentes chilenas, pero el googleo pertinente ofrece recopilaciones escritas o menciones en Colombia, en las Coplas de la costa colombiana del Pacífico, editado por la Universidad del Valle y compilado por Víctor Manuel Patiño entre 1945 y 1960

http://books.google.cl/books?id=aCXNkW7nHysC&pg=PA60&lpg=PA60&dq=tantas+naranjas+maduras&source=web&ots=xiePFXw3qi&sig=0vvRx5NL42Xpgi_TV9TdgsoFkCI&hl=es&sa=X&oi=book_result&resnum=8&ct=result#PPA29,M1

donde vienen una serie de coplas sobre las naranjas:

403. Tanta naranja amarilla,

tanto limóin colorado;

tanta muchacha bonita,

tanto chuncho enamorado.


407. Cuántas naranjas maduras,

cuánto limón por el suelo;

cuántas muchachas bonitas,

cuánto galán sin dinero.



En Argentina, por su parte, google ofrece dos menciones de dichos versos, una en el VII Encuentro de Copleros organizado por comunidades indígenas en Córdoba, en noviembre de este año.

http://www2.lavoz.com.ar/08/11/23/Salir-coplas.html


y otra en el Cancionero Popular de Jujuy recopilado por Juan Alfonso Carrizo

http://www.alcudiavirtual.ua.es/servlet/SirveObras/acadLetArg/68004064006461384100080/p0000025.htm#I_1795_

http://www2.lavoz.com.ar/08/11/23/Salir-coplas.html


En Chile, el nivel de afianzamiento popular folclórico es notable, por el grado de apropiamiento y de conversión que presentan las coplas. Dos parecieran ser las líneas de desarrollo: una línea centrada en los versos "a la mar fui por naranjas", con una melodía específica, muy conocida luego de la versión de Héctor Pavez, transparente y respetuosa en su sentido de registro recopilatorio. Ortiga y Pedro Villagra versionan esta fuente; los primeros, con su usual búsqueda estética dentro de los límites de la Nueva Canción Chilena, algo tétrica para oídos contemporáneos, un poquito agotadora con sus juegos de voces y variaciones melódicas y rítmicas; el segundo, con un hermoso y meditabundo cover, sutil y melancólico, al borde del preciosismo jarista, muy afín esta vez con la canción y con el aura de la canción.

La segunda línea es la recopilada por Violeta Parra y por Gabriela Pizarro, cada una con sus melodías. Y esta versión es una suerte de suma de tradiciones. Los versos "a la mar fui por naranjas / cosa que la mar no tiene" los encontramos en las versiones asturianas, pero no parecen estar en las coplas de carnaval americanas; "tantas naranjas maduras / tantos limones partidos", por el contrario, parecen ser propias de las coplas de nuestro continente, pero no de las líneas trasatlánticas. Las versiones parreanas y pizarristas reúnen esas dos líneas poéticas.

Ambas son versiones que abandonan el matiz filosófico de las versiones asturianas y melancólico de la línea pavezista: ya sea en tonada o en cueca con tintes chilotes (el rabel, en la versión de Pizarro y Rojas), Las naranjas se convierte en una canción alegre, picarezca, en la línea de copla amorosa alejada de cualquier dramatismo que de seguro calza más con lo que ocurre con las versiones copleras.

La versión de Violeta Parra, recopilada supuestamente en Lautaro, es la que más me gusta, con su guitarra traspuesta y con su voz cruda y (casi) destemplada. Es de 1956, de los tiempos que la EMI grababa todo lo que oliera a ritmo latino de base folclórica, en un afán a medio camino entre el altruismo cultural y la voracidad comercial de encontrar nuevas Cubas y Pérez Prados y que les hizo registrar un incréible catálogo de músicas de toda América que ahora duerme agónico en sus estanterías.

Margot Loyola, por no ser menos, recopiló en ritmo de porteña una variante que mantiene los versos que parece más se han difundido por las zonas campesinas (y las no tanto), los de "tanta niña bonita / tanto hombre soltero", transformados incluso en versos homofóbicos en los foros de payas dieciocheros.

La melancólica picardía amorosa de la versión de Violeta Parra, insisto, me parece insuperable. ¿O es que su canto en realidad proyecta desazón y ya esa rabia amatoria que luego caracterizaría algunas de sus grandes canciones? Esa ambigüedad esencial transforma los versos mencionados casi en decepción, en furia contenida, en profunda resignación, como cuando dice "un amor me tiene loca / perdida y sin esperanzas". En ese punto, la versión ya no es una recopilación folclórica: es puro Violeta.

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